“El dolor es la pérdida de tu sueño acerca de un futuro que de todos modos nunca iba a suceder”.
Estas son palabras sumamente profundas acerca de algo tan trascendentalmente humano y universal, algo que todos hemos experimentado, y que posiblemente experimentemos de nuevo, si es que todavía no nos hemos adormecido ante la vida.
Cuando un ser querido se va, o cuando se sabe de algún diagnóstico inesperado, o cuando alguna relación llega a su fin, o cuando experimentamos alguna clase de shock profundo o pérdida, existe la posibilidad de que se dé un “súbito despertar” de nuestro sueño, provocado por ese querido viejo amigo familiar ― el duelo. “¡Esto no estaba entre mis planes!”, pensamos para nuestros adentros. Parece que la vida ha resultado “mal” de alguna manera, que el universo ha perdido su rumbo, que “mi vida” tal vez haya terminado y que mi recuperación sea imposible.
¿Te suena familiar?
Pero, ¿qué es lo que realmente ha sucedido, amigos, sino la pérdida de un sueño? ¿Qué es lo que realmente ha muerto, sino nuestros planes aparentemente sólidos acerca del futuro? Hemos soñado con caminar hacia el atardecer tomados de la mano, hemos soñado con todas esas cosas que íbamos a hacer juntos, con toda la diversión que íbamos a tener, con todos esos logros que íbamos a alcanzar. Hemos vivido demasiado tiempo con estos sueños, con esos planes, con esas expectativas y hemos olvidado que eran sólo sueños a los que nos estábamos aferrando y los habíamos considerado como la realidad de “mi vida”. Ahora que el sueño se ha desmoronado, ¿qué es lo que queda?
Pero esas películas futuristas “nunca iban a pasar, de cualquier modo”. No es que nuestros planes fueran a hacerse realidad y después se arruinaron debido a nuestra falta de competencia o por nuestra mala suerte; es que nunca iban a llegar a suceder. (¿Por qué? Porque no. Esa es la realidad, por mucho que nos guste discutirlo.) Esto establece una gran diferencia. Esta es la diferencia entre la desesperación, el sufrimiento profundo y la total liberación. Es la diferencia entre una pérdida irreparable de algo que era “mío”, y el darse cuenta que aquello que era “mío” nunca fue mío realmente.
Yendo más profundo, vemos dentro de la experiencia de la pérdida, nuestra propia identidad amenazada. Cuando el “padre” muere ¿que le pasa a mi identidad como “hijo”? Cuando mi prometida me deja, y yo me he identificado como “novio” por mucho tiempo, ¿quién diablos soy? Cuando algún diagnóstico parece evitar que yo sea un “atleta” o “doctor” o “cantante”, incluso un “buscador”, y eso es lo único que yo concebía para mí, es como la muerte. La muerte de esa imagen acerca de mí mismo. Literalmente estamos sufriendo por nuestras propias identidades perdidas, imágenes perdidas. Se siente como si estuviéramos en duelo por algo o alguien “allá afuera”, pero en realidad, la muerte es mucho más cercana, mucho más íntima.
Y la invitación de la vida es: ¡Quédate con esa muerte interior! Quédate con todo ese desastre, como digo a menudo. No hagas ni un sólo movimiento fuera de esta experiencia presente. Podría haber oro escondido ahí mismo, y nunca lo sabrás si tratas de huir. Mantente cerca de esa pena, de ese dolor universal de la pérdida para que no se cristalice como amargura o depresión; en una creencia acerca de lo conflictivo que es el mundo, de lo cruel que es la vida, en una historia insoportable acerca de “mi terrible pérdida” que llevarás contigo por el resto de tus días. No tiene porqué ser de esa manera.
La vida en sí misma no es cruel ya que la vida es TODO. Es la pérdida de nuestros sueños lo que se siente “cruel” en primera instancia. Pero incluida en esa pérdida, hay una invitación secreta: despertar de todos los sueños. Contemplar la perfección inherente en todas las cosas, en todos los movimientos de la vida, no como un concepto o una creencia inflada, sino como una realidad viva. Contemplar que la vida en sí misma nunca se equivoca, ya que no hay ninguna meta que perder, y que incluso esa intensa pena que sentimos es un movimiento de amor, incluso si en ese momento no se siente así. Es debido al gran amor que le tenemos a la vida y a los demás que sentimos todo tan intensamente. Y somos lo suficientemente vastos como para contenerlo todo: la felicidad y el dolor, la alegría y la pena, los planes y la destrucción de los mismos. Lo que somos no se descompone, lo que somos nunca se pierde, sólo nuestros sueños, sólo nuestras inocentes esperanzas.
Y así, cada pérdida es una pequeña invitación a despertar, a dejar de lado los sueños que de todos modos nunca iban a cumplirse, y a ver la vida como realmente es. Al principio luce como sufrimiento y depresión, pero es realmente una especie de compasión cósmica de la cual la mente no tiene ninguna esperanza de entendimiento.
Justo en el corazón de cada experiencia de pérdida está el júbilo de dejar ir. Es cuestión de saber en dónde buscar.
Fuente: nodualidad.info