El miedo es un sentimiento que condiciona y ha condicionado la vida humana a lo largo de la historia, y no deja de ser un mecanismo de defensa. Se trata de un motor que ha movido al hombre desde el comienzo de su existencia y por tanto podemos decir que es inherente a él. Aunque las causas del miedo se hayan modificado con el paso de los siglos, el sentimiento y la raíz de este se mantiene, el ser humano teme aquello que no puede controlar y le es desconocido. Pero al mismo tiempo que se inquieta, se siente también atraído por un interés incluso morboso. El mundo de las emociones y los sentimientos es un tema muy complejo de estudiar. Durante la Edad Moderna, las emociones fueron disimuladas, debieron ser evitadas en la medida de lo posible y dominadas, ya que «rompen la serenidad y la quietud del alma», pero sabemos que estuvieron muy presentes en la vida cotidiana de las personas. Al igual que en la actualidad, en la Edad Moderna, las personas padecieron miedos personales e individuales, y miedos colectivos. En cuanto a los primeros, su estudio es muy complicado, por no decir imposible, a causa de la escasez de testimonios personales. Es el segundo grupo el objeto de este estudio, no por ser más fácil de localizar, sino por su relevancia histórica. A este pertenecen los miedos que formaban parte de la vida de la mayor parte de las personas modernas, siempre pensando en que pudo haber casos particulares que no los viviesen, pero sabiendo que son, miedos de la mayoría. Por consiguiente, sujeto protagonista va a ser una multitud influenciable, entre la cual el miedo a lo desconocido, lo incontrolable o lo diferente se contagia y expande rápidamente, dando lugar a situaciones de pánico.
El miedo responde ante una amenaza, que puede ser real y física o imaginada, causada por «la mala voluntad de otros con poderes malignos y no por razones naturales o fortuitas».
Por ello, la distinta naturaleza de la amenaza ha sido utilizada como criterio para establecer una clasificación entre miedos «reales» o «naturales» y miedos que, a falta de un término mejor, podrían considerarse «irracionales», «supersticiosos» o «sobrenaturales».
Dentro de los miedos reales se incluyen los que responden a estímulos de carácter físico y terrenal, es decir, el miedo al hambre, al frío, la enfermedad, la muerte… Se trata de miedos lógicos dentro de una sociedad del Antiguo Régimen, que sufría constantes periodos de hambrunas y malas cosechas, que les hacían vivir en un estado de subalimentación. No pueden ser olvidadas tampoco las constantes epidemias que padecieron y que se repetían periódicamente, causando muertes catastróficas en toda Europa; entre ellas destaca la peste negra, considerada un castigo divino. El desconocimiento de las causas y su impredecibilidad motivaron un profundo miedo miedo (no solo hacia la muerte, sino también hacia el caos y la destrucción del orden social y la cotidianeidad), acompañado de una gran ansiedad. Además de estos miedos más «racionales» y reales, seguimos concretando los objetivos del trabajo, centrándonos ahora en miedos «irracionales» o de procedencia sobrenatural, producto de la inseguridad física y del temor a lo desconocido o incomprensible, lo que empujaba a buscar un culpable. Estos miedos estuvieron perfectamente fundados en las experiencias vitales y gracias al uso que el poder hizo de ellos para controlar a la población.
«La brujería poseía una realidad cultural propia y no necesita considerarse irracional o desprovista de sentido». El miedo y la angustia son sentimientos diferentes, el primero tiene un objetivo a combatir, mientras que el segundo es una espera dolorosa en la que la imaginación juega un papel primordial. A pesar de tratarse de emociones diferentes están estrechamente relacionados. La fragilidad de las personas modernas europeas debida a su coyuntura histórica hace que la angustia ante el Infierno o el Juicio Final se transformen en miedo, cuando desde el poder se ofrecen figuras de personajes a los que hacer frente, como Satán, los herejes o las brujas, como se explica a continuación. Estos miedos se manifestaron en el sentir general, tanto de las clases populares como de las más cultas. Aunque las clases dirigentes los fomentaron a través de la iconografía y la cultura oral, como se verá más adelante, no sería justo afirmar que únicamente se valieron de dichos miedos para manipular y controlar a los estratos inferiores de la población, ya que queda comprobado que la creencia estuvo realmente arraigada en gran parte de la sociedad moderna: tanto creía el predicador que sermoneaba contra las brujas como los fieles que acogían sus ideas. Así pues, se creó un mundo paralelo de brujas, demonios y espíritus, que convivían con los hombres y buscaban arrastrarlos al camino del mal. Este formó parte de la vida de la mayor parte de las personas de la Edad Moderna ya que «la fe en lo oculto o lo sobrenatural estaba ampliamente extendida».
Cigaraotuso