espiral

 

 

Experiencia de la muerte

No sabemos nada de ese irse allá, que no comparte con nosotros. No tenemos razón para mostrar admiración y amor u odio a la muerte, a la que una boca de máscara de trágico lamento deforma extrañamente.

Aún está el mundo lleno de papeles que representamos. Mientras que nos preocupa si de verdad gustamos, actúa igual la muerte, aunque no guste.

Pero cuando te fuiste, irrumpió en esta escena una franja de realidad, a través de aquella grieta por donde te marchaste: verde de verdad verde, luz de sol verdadera, un bosque de verdad.

Seguimos actuando. Declamando la temerosa y lo duramente aprendido, y elevando gestos de vez en cuando; pero tu existencia alejada de nosotros, apartada de nuestro drama, puede a veces invadirnos, cayendo como un saber de aquella realidad, de tal modo que, arrebatados durante un rato, representamos la vida, sin pensar en el aplauso. Rilke

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“Así que dan ganas de argumentar a uno de la multitud de ancianos: ‘Vemos que has llegado al extremo de la edad humana, gravita sobre ti el centésimo año o más, venga, haz recuento de tu edad. Calcula cuánto de ese tiempo se ha llevado el acreedor, cuánto la amiga, cuánto el rey, cuánto el cliente, cuánto los pleitos conyugales, cuánto la sujeción de esclavos, cuánto el vagar oficioso por la ciudad. Añade las enfermedades que nos causamos nosotros mismos y el tiempo inutilizado. Verás que dispones de menos años de los que cuentas. Haz memoria de cuándo estuviste seguro de tu propósito, cuántos días se desarrollaron como los habías programado, cuándo dispusiste de ti mismo, cuándo permaneció tu rostro inmutable y tu ánimo indemne, qué has hecho en tu largo tiempo, cuántos saquearon tu vida sin que sintieras la pérdida, cuánto se llevó el dolor vano, la alegría estúpida, el ávido deseo, los cumplidos, y qué poco ha quedado de lo tuyo. Comprenderás que mueres antes de tiempo’. ¿Cuál es entonces la causa de todo eso? Vivís como si fuerais a vivir siempre, nunca recordáis vuestra fragilidad, no observáis cuánto tiempo ha pasado ya. Lo perdéis como si dispusierais de un depósito lleno y rebosante, cuando puede que precisamente ese día dedicado a un hombre o una cosa sea el último. Teméis todo, como si fuerais mortales, y deseáis todo, como si fuerais inmortales. Oirás decir a la mayoría: ‘A los cincuenta años me jubilaré, a los sesenta años me retiraré’. ¿Qué garantía tienes de una vida tan larga? ¿Quién permitirá que sea como dispones? ¿No te da reparo reservarte los restos de la vida y destinar a la sana reflexión sólo el tiempo que no puede emplearse en otra cosa? ¡Qué tarde es empezar a vivir cuando hay que terminar! ¡Qué estúpido olvido de la mortalidad es diferir hasta los cincuenta o sesenta años los buenos propósitos y querer iniciar la vida allá donde pocos llegaron!” Séneca (4 a.C-65 d.C.).

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“¿Qué hay de cierto en la tierra, sino la muerte? Fijaos en todo absolutamente lo de esta vida, bueno y malo, tanto en la bondad como en la maldad; ¿qué hay de cierto aquí, sino la muerte? Has progresado: lo que hoy eres, eso sabes; lo que serás mañana no lo sabes. […] Esperas dinero: no es seguro que llegue. Esperas una esposa: es incierto si la conseguirás, y cómo será la que aceptes. Esperas hijos: no sabemos si nacerán; ya han nacido: no sabes si vivirán; ya están viviendo: no sabes si crecerán para el bien o para el mal. Adonde quiera que te vuelvas, todo es incierto: sólo la muerte es cierta. Eres pobre: no sabes si llegarás a ser rico; eres ignorante: no es seguro que puedas instruirte; estás enfermo: no hay seguridad de que recuperes la salud. Has nacido: con toda seguridad que morirás; pero en esta misma seguridad de la muerte, lo que no es seguro es el día de la muerte. En medio de todas estas incertidumbres, donde sólo es cierta la muerte, aunque sí es incierta su hora, y por la que uno se preocupa tanto, y que de ningún modo se puede evitar, todo hombre inútilmente se afana durante su vida.”

“Desde el instante en que comenzamos a existir en este cuerpo mortal, nunca dejamos de tender hacia la muerte. Ésta es la obra de la mutabilidad durante todo el tiempo de la vida (si es que vida debe llamarse): el tender hacia la muerte. No existe nadie que no esté más cercano a la muerte después de un año que antes de él, y mañana más que hoy, y hoy más que ayer, y poco después, más que ahora, y ahora, poco más que antes. Porque el tiempo vivido es un pellizco dado a la vida, y diariamente disminuye lo que resta: de tal forma, que esta vida no es más que una carrera hacia la muerte”. San Agustín (354-430 d.C.).

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El tabú del siglo XXI

Anteriormente, la muerte era aceptada como parte natural del ciclo vital. En la sociedad actual, el morir es visto como una disfunción, o un problema todavía sin resolver que los avances de la ciencia y las nuevas tecnologías intentan corregir. Las costumbres y los valores sociales contemporáneos fomentan el rechazo y la evitación, en donde hablar de muerte es complicado y dificultoso. Hoy no solo se teme a la muerte, sino que esta se niega y se olvida.

En lo más íntimo de nosotros mismos, no creemos realmente que vayamos a morir, y la razón para pensarlo es que somos seres humanos civilizados. Tenemos un serio problema para aceptar este hecho obvio e incorporarlo a nuestra conciencia. Lo que hacemos a cada instante, es negar nuestra mortalidad. Solemos hacerlo con facilidad, gracias a la ayuda que nos presentan las estructuras sociales y las costumbres de nuestra civilización. Ernest Becker, escribió: “Aunque sabemos objetivamente que somos mortales, elaboramos todo tipo de esquemas para huir de esa devastadora verdad”. Deseamos negar nuestra mortalidad, debido a que la perspectiva que nos presenta la muerte es aterradora. Nos conduce a la angustia definitiva, nos obliga a hacer frente al hecho de que sólo estamos aquí un periodo de tiempo corto, y que cuando nos vamos, lo hacemos para siempre. Según Becker, el único modo en que la mayoría de nosotros se enfrenta a esta situación es con el engaño; es el impulso humano básico y da lugar a los sistemas de inmortalidad, estructuras de creencia irracionales que nos ofrecen una forma de convencernos de que somos inmortales. Además, están los sistemas de inmortalidad de máximo nivel, encarnados en las religiones mundiales, desde una vida como parte de la energía cósmica, en Oriente; a, por ejemplo, al camino para reunirse con Jesucristo, en el catolicismo de Occidente. Soportamos estos diferentes engaños, por el mero hecho de ser civilizados. Todas las civilizaciones han desarrollado un sistema de inmortalidad compartida; estos sistemas son la función básica de una cultura. La negación de la muerte es una estrategia de supervivencia. Es más fácil soportar un engaño si se comparte con los demás dentro de la propia cultura.

En esta sociedad de consumo y desarrollo, en la que los seres humanos estamos inmersos, existen dos grandes posiciones sobre la muerte, desde el punto de vista de su conocimiento: – Una mayoritaria, de rechazo o de refugio. – Otra, más culta, de interés integrador y educativo.

La muerte es el tema constantemente vetado. Es negativo, de mal gusto. Al muerto se le encajona, se le acristala, se le tapa, se le camufla con flores y olores. Así, se le relega y se le aparta de la familia. A diferencia de otros entornos socioculturales, en el nuestro los cementerios también se han alejado de los centros de las ciudades. De este modo, se apartan del paso y de la vista. A pesar de ser tan antigua como el ser humano, de que aparezca a diario en los medios de comunicación, de que jamás haya habido tanta apertura y flexibilidad educativas como en la actualidad, a pesar de creciente tendencia al desarrollo de la escuela y desde lo cotidiano…, todavía nadie nos enseña a encontrar un sentido significativo a la muerte. Considerando la muerte como pertinente y parte de la educación de la persona, se muestra como una cuestión educativa de máxima resistencia. Se entiende que es así porque: Carece de tradición profesional en la educación. Tiene tradición histórica en: la familia, las religiones, las tradiciones culturales, los ritos…

La pregunta que se plantea el lector en este instante es, ¿cómo se ha llegado a esta situación?, la respuesta se encuentra en dos aspectos:

– Por un lado, la ruptura con las creencias religiosas y todo lo que ello conlleva.

– Por otro lado, la gran evolución que ha sufrido la medicina. La muerte de la sociedad actual, se la podría llamar “salvaje”, ya que se ha ido perdiendo la creencia en un ser superior al hombre. Los lazos que se estrechaban entre este y los seres humanos, van desapareciendo poco a poco, y ello conlleva los distintos dogmas religiosos. Los ritos funerarios, como los velatorios prolongados, el luto y el tiempo de duelo, o las visitas al cementerio, todo ello se va desvaneciendo. Cada vez se le dedica menos tiempo al recuerdo de los difuntos, a velar por ellos y rendir un homenaje en su honor. El exitoso desarrollo de la tecnología médica, ya notorio a finales del siglo XIX, y despuntando a finales del XX, hasta la actualidad. Se incrementó la dificultad de conciliar el énfasis entre el diagnóstico y la curación. Curar era el objetivo primordial de la medicina, por tanto, la muerte, era considerada un fracaso, por lo que se dificultó el cuidado de los enfermos terminales. Las expectativas respecto a la salud se modificaron, y con este cambio disminuyó el número de muertes, pasando ésta, a ser un suceso cada vez menos aceptado, llegando a considerarse el tabú del siglo XXI, como lo fue en su día, el sexo.
“De este modo, la muerte se ha cubierto de negatividad y miedo, en las sociedades occidentales.”