Hipnosis: ¿en qué enfermedades puede ser útil?

 

 

La mayoría de las personas han visto alguna vez en la vida espectáculos teatrales, historias conmovedoras del celuloide o programas televisivos que tienen como protagonistas a un hipnotizador y a uno o varios individuos que se dejan hipnotizar. El fin de esas sesiones no es más que un entretenimiento, pero para nada se acerca a la realidad la idea algo peliculera de que podemos ejecutar acciones contra nuestra voluntad mientras dormimos plácidamente. Eso forma parte de espectáculos mágicos o con cierto componente esotérico que son muy populares, mientras que la mayoría de la gente ignora las posibilidades terapéuticas de la hipnosis clínica, que es la que practican principalmente psicólogos y psiquiatras para aliviar algunos síntomas de enfermedad tanto orgánica como mental.

Aunque aún quedan algunos campos inexplorados donde podría aplicarse, la hipnosis está muy consolidada como herramienta para el abordaje del dolor crónico y agudo, en ansiedad y depresión, en insomnio, en tabaquismo y obesidad, y en otras áreas de la medicina como son la preparación a la cirugía o al parto, en oncología, trastornos gastrointestinales, asma o hipertensión. También puede utilizarse en trastornos conversivos (psicosomáticos) y para favorecer cambios de aspectos concretos de la personalidad, como la autoestima, la seguridad o fobias frente a exámenes. Pero nunca es una terapia curativa.

En realidad, la hipnosis es un proceso natural e inherente al ser humano. No es más que la capacidad de atención focalizada en algo muy concreto. Si nos conectamos con determinados problemas más emocionalmente que de forma racional es como si todo fluyera y fuera más natural y sencillo y desde el punto de vista científico “la hipnosis es una herramienta de la psicoterapia que, bien entendida y trabajada, da acceso de forma indirecta a la persona a su propia mente, permitiendo cambios más naturales, fáciles y rápidos”.

La hipnosis trabaja la información inconsciente
El proceso hipnótico funciona desde el entendimiento del cerebro inconsciente, que suele estar más conectado con las emociones, con nuestra parte automática. En la zona cerebral que solemos identificar con el hemisferio derecho se almacena la información a lo largo de nuestra vida. Mucha de ella sí ha sido consciente, pero puede dejar de serlo por determinadas circunstancias o porque realizamos asociaciones de las que ni siquiera nos damos cuenta. “Y al final eso, desde un lugar cognitivo, se transforma en esquemas de pensamiento, asociaciones, formas de sentir, pensar y actuar que están conectadas con nuestra personalidad”, y hay que recalcar que el proceso hipnótico se lleva a cabo “a través de un lenguaje sin mensajes directivos y buscando la forma de que el cerebro encuentre caminos alternativos de uno mismo para hallar solución al problema”.

Hay dos tipos de hipnosis: la clásica, que tiene un enfoque más directivo y general, con sugestiones específicas y claras acerca del tema que lleva a una persona a la consulta de salud mental. Es la hipnosis que tenemos más en nuestra cabeza, con frases como “vas a sentir que el brazo pesa cada vez más…”, mientras el paciente percibe que aumenta su capacidad de concentración. Y también se trabaja la llamada hipnosis ericksoniana, que emplea metáforas cortadas a la medida del paciente y, además de ayudarle a conectar con su problema, tiene un simbolismo que permite una mejor adaptación del inconsciente. Es más sutil que la hipnosis clásica.

“Al trabajar con hipnosis buscamos entender el sentido del síntoma, en el caso de que la persona los tenga pues no siempre acuden a la consulta por un trastorno psicológico. También hay personas que quieren trabajar su concentración, por ejemplo ante una oposición, o que quieren mejorar partes concretas de su autoestima”, señala resumiendo que con el proceso hipnótico se trata de “desmenuzar lo que le ocurre al paciente y el significado de eso que le ocurre, algo parecido a lo que se trabaja en psicoterapia de forma consciente”.

Principales mitos de la hipnosis
Belmonte quiere dejar taxativamente claro que la hipnosis no es un proceso donde se pierda el control o la voluntariedad, ni donde uno se duerma. “Todos somos hipnotizables ya que toda hipnosis es autohipnosis porque es un proceso mental que genera uno mismo, un proceso de focalización atencional. Es falso que en estado de hipnosis puedas decir o hacer algo en contra de tu voluntad, ni que te puedes quedar en un estado de trance”, recalca, añadiendo que la hipnosis no cura trastornos, que es una herramienta de la psicología que sirve, junto a la psicoterapia, para tratar síntomas o generar cambios. “Y tampoco permite aumentar la memoria más allá de la que uno tenga, ni recordar cosas que se han olvidado, ni plantear vidas pasadas”.

Por el contrario, hay suficiente evidencia científica sobre los beneficios de esta herramienta psicológica en diversos trastornos y contextos: potencia el tratamiento psicológico, los efectos de la terapia son más prolongados en el tiempo y se reduce la duración del tratamiento.

¿Cómo es una sesión de hipnosis?
Una sesión de hipnosis consta en principio de entrevista, entrada, intervención y salida del trance, aunque dependiendo de si se trabaja con hipnosis clásica o ericksoniana se identifican pasos algo diferentes.

“En función de la personalidad de cada paciente se va entrenando su capacidad de conectar consigo mismo haciendo pruebas de sugestión, para que pueda desconectar del mensaje consciente aunque quien hable sea el psicólogo. Eso implica que la persona no racionalice el lenguaje”, apuntando a la relajación y la visualización como estrategias para que el paciente se relaje a nivel corporal y mental. Posteriormente se utilizarán determinadas técnicas que facilitan ese estado mental que, según la corriente teórica que se aplique, para unas personas puede ser un estado más o menos disociativo de la conciencia, mientras que para otras sería parecido al estado consciente, aunque más hipervigilante.

“Una vez en ese estado se introduce la parte terapéutica de forma que permita llegar a la parte inconsciente de la persona trabajando con su propio lenguaje: cómo le gustaría sentirse, cómo querría dejar de ser de una manera determinada o cómo construiría el proceso para conseguirlo…”. El propio paciente tiene su proceso hipnótico que implica por parte del hipnotizador una cadencia, un tono de voz, un ajustarse a la persona, que se acompaña con música de fondo. Todo eso se graba y el paciente lo escucha. Conforme se van viendo cambios se va adaptando la hipnosis a la persona. Esa sería la autohipnosis. “Básicamente es como hacer psicoterapia, pero de un modo no racional, sin pasar por el filtro de la razón”.

Las sesiones son de 45 minutos. Las primeras son de evaluación y de entendimiento de lo que le pasa a la persona, de si quiere trabajarlo y cómo. Más adelante pasan a “entrenar” el estado hipnótico. El proceso de hipnosis dura aproximadamente media hora, empleando la primera parte del tiempo para hablar de la evolución entre sesiones y los últimos minutos para intercambiar sensaciones sobre la sesión en curso. El número de sesiones necesarias para lograr buenos resultados depende de muchas variables, pero si se entiende que el trabajo hipnótico es adecuado para la intervención, suelen requerirse entre dos y seis sesiones como media.

Hay personas más susceptibles de ser hipnotizadas
Las personalidades más confiadas y con menos tendencia al control son más hipnotizables y las mujeres más que los hombres. Con respecto a la edad, conforme se van cumpliendo años disminuye la facilidad para entrar en estado hipnótico, siendo el intervalo entre los 9 y 12 años la edad en el que se tiene mayor sugestionabilidad. En general, la hipnotizabilidad está relacionada con la inteligencia. “Para ser hipnotizado se requiere una inteligencia media y un nivel cultural medio-alto si hablamos de trabajo psicológico con hipnosis, que no es lo mismo que ser hipnotizado a nivel de espectáculo que es la utilización de la hipnosis en la tele”.

Por otro lado, no todo el mundo acepta la hipnosis como terapia psicológica y quienes desconocen el proceso tienen miedo de lo que pueda pasar. “Si el paciente la solicita no suele tener dificultad para entenderla, pero cuando la planteo en el contexto de la terapia, algunas personas muestran reticencia o desconfianza. En esos casos puede hacerse psicoeducación sobre la hipnosis para desmitificarla y entenderla”.

¿En qué trastornos psicológicos es más eficaz la hipnosis?
El abanico de aplicaciones de la hipnosis es cada vez más amplio. Esta herramienta se utiliza en síntomas conversivos de todo tipo, como parálisis; crisis conversivas, como alteraciones pseudoneurológicas (que no lo son). También se emplea para el manejo de la concentración, pero siempre que se descarten dificultades del polo atencional.

Por otro lado, la hipnosis puede complementar el tratamiento para la ansiedad y la depresión. En ansiedad para los síntomas residuales, que muchas veces quedan condicionados en síntomas físicos (mareos, flojera…); o para la parte psicológica de la depresión, pues evidentemente la parte neuroquímica se trata con antidepresivos.

En el campo del dolor hay mucha evidencia científica de la utilidad de la hipnosis, tanto para el dolor psicosomático o psicógeno (el que no se entiende desde el punto de vista médico pero propicia peregrinaje de la persona por múltiples consultas para entender por qué le duele la cabeza, la espalda, etc., si “no tiene nada”), como para el dolor real crónico o agudo. “En ambos tipos de dolor es bastante útil la hipnosis como un aprendizaje de la mente que ayuda a modular de otra manera la sensación dolorosa”, explicamos que los síntomas conversivos o psicosomáticos significan convertir síntomas emocionales en síntomas físicos tales como parálisis de piernas, desvanecimientos, sordera o rigidez, entre otros.

Hipnosis en trastornos alimentarios
Lo que no se recomienda es trabajar con hipnosis si el paciente no tiene confianza en la herramienta o en casos de epilepsia o trastornos del espectro psicótico. Un enfoque más novedoso es el de los trastornos de la conducta alimentaria.

En trastornos graves como una anorexia nerviosa que restringe alimentos, tiene distorsión corporal, con vómitos y disfuncionalidad cognitiva en ese momento, no sería aplicable la hipnosis. “Antes de abordar la hipnosis, el psiquiatra pone los fármacos adecuados para trabajar después la conciencia de enfermedad y el síntoma a nivel conductual. Después, cuando la paciente está más funcional y su patología más controlada, ya se pueden poner objetivos concretos como el de relacionarse mejor con su cuerpo. Todo ello se construye a través de una metáfora”.

La hipnosis sí tiene cabida en los trastornos de conducta alimentaria cuando la sintomatología más aguda (vómitos, restricciones alimentarias, atracones…) está manejada, cuando la paciente tiene conciencia de enfermedad y cuando está en el tratamiento de forma voluntaria. En esa situación favorable se puede utilizar la hipnosis para mejorar la autoestima general, el auto concepto corporal y la ansiedad. Y de forma más específica ayuda a reintroducir alimentos prohibidos, a prevenir recaídas, asociar alimentos a sensaciones positivas, admitir sugerencias de saciedad adecuadas, a reducir la hiperactividad, distorsión corporal, imagen corporal, incluso una mejora de las ingestas descondicionando el miedo.

Claves de la hipnosis
La hipnosis es una herramienta de la psicología que potencia otros tratamientos.

Toda hipnosis es autohipnosis.

No se pierde el conocimiento, ni uno se duerme.

Nadie puede manipular tu mente en un estado hipnótico.

Solo deben aplicarla profesionales del ámbito sanitario con conocimiento de la mente humana.

La hipnosis per se no cura ninguna enfermedad mental.

Cigaraotuso

Bodega de Esencias

Coaching con Inteligencia Emocional Meditación Guiada Autohipnosis Audioterapias Audiocursos Podcast Tanatologia

Deja una respuesta