Ilusión y Alucinación

Las ilusiones y las alucinaciones fueron definidas desde los primeros pasos de la medicina aplicada a la mente. Ya a principios del siglo XIX el ilustre médico Jean Etienne D. Esquirol señaló que ilusión significa:

Percepción distorsionada de un objeto.

Mientras que alucinación:

Percepción de un objeto inexistente.

Al filo del siglo XX el neurólogo británico William James confirmó el mismo concepto en su obra “Principios de Psicología”:

Una alucinación es una manifestación estrictamente sensorial de la conciencia. Es una sensación tan auténtica y verdadera como si, en efecto, existiera el objeto. Lo que ocurre es que no existe tal objeto y nada más.

Uno de los más grandes neurólogos del siglo XX, el Dr. Jean L’Hermitte sostiene:

La persona experimenta una alucinación cuando ve, oye o percibe un objeto a través de sus sentidos sin que exista ningún objeto que lo estimule, la persona alucinada queda completamente convencida de que lo que percibió corresponde a la realidad.

El célebre psiquiatra Ermest Charles Laserque:

La ilusión se apoya en los bordes de la realidad; la alucinación es inventada y no revela nada de la verdad externa.
Cuando un niño ve agitarse una sábana colgada a secar en la noche y huye llorando convencido de que vio un fantasma, no ha tenido ni una alucinación ni una ilusión, sino simplemente un error de interpretación de correctas interpretaciones sensoriales y correctas percepciones.

Por lo general el público piensa que las alucinaciones e ilusiones de gran intensidad deben considerarse síntomas de una psicosis, de un estado que tiende a conducir a la locura. Incluso hay algunos médicos que comparten esa opinión. Sin embargo, la tendencia dominante de la psiquiatría y la neurología modernas es considerar que muchos estados de conciencia alterada se producen en personas perfectamente sanas.

Estadísticas efectuadas en los Estados Unidos y varios países de Europa indica que son muy numerosas las personas normales que han experimentado alucinaciones alguna vez. Un trabajo conjunto de los psiquiatras Sully y Krafft-Ebing confirmó la secuencia de las alucinaciones en la vida diaria de personas normales y aporta una lista impresionante de personajes famosos que experimentaron fuertes estados de alteraciones de su conciencia en términos de auténticas alucinaciones. Ambos afirman además que estadísticamente las personas de más elevados coeficiente intelectual tienen con más frecuencia experiencias del tipo alucinatorios.

Hasta el mismísimo Sigmund Freud tuvo una vívida alucinación de desdoblamiento, en que se vio a sí mismo durante un viaje en tren. Cuenta el célebre creador del método psicoanalítico que el comprendió de inmediato que se trataba de “una alucinación causada por la monotonía del viaje” y no se dejó arrastrar por la extraña experiencia.

Alucinaciones se han encontrado en personas célebres como por ejemplo:

Sócrates: Escuchaba voces.
Juana de Arco: Voces, olores, visiones y sensaciones táctiles.
Martín Lutero: Tenía alucinaciones tan fuertes con Satanás que una vez, aterrado le arrojó un tintero.

Emmanuel Swedenborg: Solía conversar con sus alucinaciones, las cuales a menudo le contestaban en forma muy agradable y juiciosa, llegando incluso a darle noticias interesantes de política y acontecimientos alejados.

William Blake: El gran poeta alucinaba con personajes históricos, príncipes, héroes y poetas, quienes se le presentaban visibles y audibles, aunque no hace referencia a sus olores.

John Bunyan: No sólo tuvo el privilegio de que se le apareciera Cristo en numerosas visiones sino, que además le tocó ser testigo visual de unas orgías inferno-celestiales.

La lista es interminable e impresionable. Incluye no sólo a místicos y artistas sino a hombres de negocios y científicos.

Sir Walter Scott: Tuvo la visión de Lord Byron muerto.

Dr. Samuel Johnson: Tuvo la visión de su madre con la cual pudo intercambiar palabras.

En el reporte de estos médicos se encuentran muchas personas de la política actual, comandantes militares de la Europa socialista y de Occidente y otras personalidades que obviamente prefieren mantenerse en la más completa reserva.

Ciertamente podemos encontrar que es un despropósito calificar como simples alucinaciones las experiencias místicas de Moisés, de Jesucristo, de los Santos, de los Profetas, etc.

Pero conviene enfocar el tema de los estados de conciencia alterada en una perspectiva que nos evite caer en el torbellino de las creencias. Hay personas que no vacilan en admitir como realidad absoluta la alucinación de San Pablo con Jesucristo en el camino a Damasco, pero al mismo tiempo califican como “disparates” las alucinaciones de John Bunyan en que arcángeles, tronos y demonios participan en orgías que ruborizarían a las bacantes dionisíacas.

Para la perspectiva de los psiquiatras convencionales no debe admitirse ninguna diferencia entre las experiencias de San Pablo y de John Bunyan, ya que ambas corresponden a lo que han calificado técnicamente como “alucinaciones”.

Sin embargo, las definiciones no son suficientes para los médicos. Necesitan también comprender las causas de los fenómenos y las maneras de tratarlos cuando fuere necesario. En los casos de alucinaciones e ilusiones de personas sanas, particularmente en un número estadísticamente tan grande, las ciencias médicas reconocen que no saben a qué atenerse.

Una persona que se encuentra a oscuras en un cuarto absolutamente silenciosos con una temperatura estable adecuada a la del cuerpo, recostada en una cama muy blanday cómoda, suele tener alucinaciones muy vívidas, al cabo de algunos días.

Pero no se han registrado casos en que las alucinaciones alcancen la intensidad de aquellas que experimentaron personajes como Juana de Arco, por ejemplo.

Naturalmente hay otros casos en que se producen ilusiones y alucinaciones como delirios de personas afectadas por psicopatías, víctimas de tumores cerebrales o de altas fiebres por períodos prolongados. Pero son casos comparativamente escasos. Si, por un lado, Guy de Maupassant, Alfredo de Musset o Baudelaire fueron escritores que unían sus alucinaciones a sus hábitos de consumo de drogas (si bien no las tenían bajo la acción de éstas en cambio Oscar Wilde, Joseph Conrad, Walt Whitman y Wolfganga Goethe eran notablemente sanos, bebedores muy moderados y no consumían drogas psicomiméticas. De acuerdo a las estadísticas clínicas sabemos que un porcentaje mediano (15 a 23 por ciento en casos de esquizofrenia) de psicópatas, pueden experimentar alucinaciones. De acuerdo a tales cifras, la incidencia de psicopatías en las alucinaciones no pasa más allá de 23 por cada 35 mil casos, una proporción tan insignificante que resulta nula para explicar los fenómenos llamados “alucinatorios”.

La medicina se ha visto así forzada a admitir que el origen y la naturaleza de las experiencias de conciencia alterada son un misterio no resuelto.

O bien la normalidad de la mente es demasiado frágil y los “anormales” deben contarse por millones; o bien, por el contrario, la idea de normalidad debe ser ampliada a la aceptación de fenómenos misteriosos como las experiencias de percepción mística, las Percepciones Extra Sensoriales y los misteriosos poderes PSI.

En las Universidades soviéticas de Alma Ata y Leningrado los científicos escogieron hace varias décadas la segunda posibilidad y optaron por estudiar muy seriamente las virtudes y facultades más misteriosas de la mente humana. Quizás favoreció esa determinación el hecho de que muchos de los grandes jerarcas soviéticos hayan sido fervientes aficionados a los fenómenos misteriosos. De hecho, Leonidas Berzhnev afirmó en varias ocasiones haber logrado comunicarse con personas ya difuntas mediante sesiones de espiritismo.

Grave dilema para el psiquiatra que debía calificar las experiencias del Primer Ministro y Secretario General del Partido Comunista soviético: ¿Percepciones vanguardistas de una ciencia nueva? ¿Alucinaciones de una mente inestable?.

Dados estos antecedentes no es raro que también estén conectadas las alucinaciones y la brujería.

Una linda niña de 14 años tenía la alucinación de ser una bruja. Ella estaba completamente segura de que, cada cierto tiempo, se reunía con muchas otras personas entre las que se contaban adolescentes de su edad, personas mayores, ancianos y numerosos otros que aún no salían de la infancia.

Todos juntos hacían unas fiestas tremendas en las que también participaba el Diablo. Creía esta criatura que el Diablo le había dicho que para él sería muy grato que ella dijera “Barrabám, Barrabám” cada vez que, estando en misa viera que el sacerdote levantaba la hostia para consagrarla.

Así lo hizo ella, pero para desgracia suya, la escuchó el procurador del Parlamento de Nerac, en la comarca de Labourd en la Francia pirenaica. Este hombre denunció el hecho al ilustre caballero Pierre de Lancre, comisionado del Rey de Francia para exterminar a los brujos en aquella región. De este caballero se dice que lo había leído todo sobre brujería y todo lo había creído.

Al domingo siguiente ambos dignatarios se situaron convenientemente cerca de la chiquilla, de modo que cuando el cura alzó la hostia y ella dijo “Barrabám, Barrabám” pudieron arrestarla de inmediato.

Cuenta el escritor Maurice Garcon, de la Academia Francesa, que el caballero de Lancre dio comienzo ahí a uno de los procesos de brujería más impresionantes del Renacimiento.

Sometida a tormento, la chica dio los nombres que pudo recordar de los participantes en sus aquelarres, así como detalles escabrosos sobre la fiesta misma y los roles que unos y otros desempeñaban en los ritos de brujería.

Las detenciones sumaron varias docenas en apenas un par de días. Habitantes de ambos sexos, entre los 11 y los 79 años, fueron a dar a los calabozos antes de pasar a interrogatorio en las salas de tortura. Una de las brujas se mostró sumamente arrepentida y logró que el comisionado del Rey creyera en su buena fe y la aceptase como ayudante en las pesquisas para cazar más brujos y brujas. Era una niña hermosísima, según las crónicas de la época. Su nombre era Morgui. De Lancre la tomó a su servicio personal. Tenía 17 años.

Ocurre que el caballero Pierre de Lancre era un individuo de gran cultura humanística, nacido en la alta burguesía y había viajado por la mayor parte de Europa, todo Italia y hasta había efectuado estudios en la muy prestigiosa Universidad de Praga. Además de sus conocimientos de brujería y demonología era un hombre versado en las letras y filosofía de la antigüedad griega y latina. Y, además, estaba casado con una sobrina nieta del célebre precursor del Humanismo, el famoso Montaigne. Así pues, no se trataba de un hombre estúpido ni de un supersticioso ignorante. En sus terribles pesquisas mostró invariablemente una disposición verdadera a aplicar el pensamiento de San Agustín, ya utilizado antes por el propio Montaigne en defensa de otras brujas:

Más vale inclinarse hacia la duda que hacia la seguridad por cosas difíciles de probar y de creer.

Cuando uno lee las crónicas y documentos judiciales de aquella época (1609 exactamente) no puede menos que estremecerse por los procedimientos de interrogatorio basados en las torturas más atroces. No obstante también esa gente estaba genuinamente interesada en descubrir la verdad y aplicar una justicia tan justa como les fuere posible. Por eso utilizaban los sistemas de careo, de comparación de declaraciones y testimonios y sopesaban cuidadosamente las pruebas circunstanciales que podían encontrar. Naturalmente se cometían a menudo errores dolorosos y había casos de banalidad con más frecuencia que en la actualidad.

En el caso de las brujas no había intereses creados sino una auténtica creencia en que el Demonio estaba haciendo estragos en varias provincias francesas a resultas de lo cual había gran proliferación de brujas. De hecho el Rey se había visto forzado por el clamor de muchos buenos paisanos a vencer su avaricia y abrir la bolsa para pagar comisionados y despachar tropas que los acompañaran a tales cazas de brujas.

Pierre de Lancre se sentía tan seguro de la corrección de su justicia que, concluida su siniestra misión publicó un libro en dos gruesos volúmenes como una especie de Reporte. Los libros existen aún, pero los archivos donde se encontraban los documentos allí citados desaparecieron hace ya mucho tiempo.

En la obra de este comisionado sorprende poderosamente la coincidencia hasta en detalles de las declaraciones de los interrogados. Al parecer, el Diablo los había dotado de un encantamiento que les impedía hablar sobre los secretos de la brujería, un “maleficio taciturno” que les obligaba a guardar silencio a pesar del tormento. Sin embargo, De Lancre aplicó sus conocimientos sobre brujería y mediante ciertos ritos especiales logró anular tal hechizo: los acusados comenzaron a hablar locuazmente. Las descripciones sobre las fiestas del Sabbath y Aquellarres, los nombres de los asistentes, la forma en que actuaban, detalles de cada uno de los encuentros con el Demonio, formas de vestirse de cada uno, las frases y palabras iniciáticas que proferían y los detalles del comercio carnal que todos ellos tenían con Satanás, no sólo coincidían con precisión en las distintas versiones sino que, además parecían refrendar las afirmaciones contenidas en los libros de brujería de la abundante biblioteca de De Lancre. Por ejemplo, muchos de los acusados coincidieron en señalar que un tal Necato era el encargado de preparar las lociones voladoras hechas a base de las flores y semillas de cierta enredadera y de grasa de bebés recién nacidos. Con esta loción o ungüento se friccionaban todo el cuerpo y quedaban en condiciones de volar en escobas o incluso de transformarse en ciertas aves o en gatos.

También Necato, en compañía de un tal Petri Daguerre (de 73 años) fabricaban ciertos alimentos o pociones mágicas, que fuera de preparar los cuerpos para las exigencias del viaje y la participación en el Aquelarre, dotaban a los brujos de facultades y poderes mágicos.

Desde luego que los brujos de más corta edad no estaban al tanto de la composición de las lociones y pociones, aunque eran los más explícitos en materia de las emociones que experimentaban durante los Aquelarres. Y éstas eran de los más intensas y perversas.

Si aceptamos el punto de vista psiquiátrico, tendríamos que tomar todas las fuertes experiencias satánicas de aquel grupo humano como un ramillete de alucinaciones e ilusiones capaces de transformar el erotismo común en algo de intensidad rayana en el misticismo.

Para Pierre de Lancre no había allí alucinación ni ilusión sino la presencia del Enemigo que tiene poderes suficientes para manifestarse a quienes él desea y al mismo tiempo engañar al resto haciéndoles creer que allí no hay nada. Recordemos la frase de Baudelaire: “La mejor treta del Diablo es hacernos creer que no existe”.
Para la psiquiatría, las lociones y pociones de los brujos probablemente serían preparados psicoactivos, drogas alucinantes como esa linda enredadera de flores azules que han llamado “trompeta de los ángeles”, “gloria de la mañana”, o “suspiros”, cuyas propiedades tienen relación con las de la “datura”, de los brujos mexicanos, argentinos y chilenos. Pero para Pierre de Lancre, se trataba de lociones y pociones mágicas que ponían a las personas a merced de Satanás y proporcionaban poderes mágicos reales, sin que importase mucho por cuáles mecanismos psíquicos el fenómeno se realizara.

Lo que escapa de una explicación por drogas es el Maleficio Taciturno, ya que los inculpados se mostraban resistentes a las presiones más cruentas cuando se les interrogaba sobre los Aquelarres, en circunstancias de que llevaban varios días prisioneros sin posibilidad alguna de ingerir pociones misteriosas. Quizás, para un porfiado punto de vista psiquiátrico convencional, podría aducirse un caso de tremendas influencias post-hipnóticas.

Para Pierre de Lancre, daba lo mismo de qué se tratara desde un punto de vista médico. Lo que tenía importancia para él era el hecho de que los prisioneros habían sido sometidos a una voluntad satánica que les impedía hablar para que no siguieran torturándolos.

Este enfrentamiento supuesto entre Pierre de Lancre y la psiquiatría es en el fondo sólo un juego para ilustrar el problema de: ¿quién es el que decide si hay o no hay algo externo que provoque la “alucinación”?. ¿Qué clase de instrumentos podría decidir si la persona que está teniendo una experiencia de posesión diabólica o de contacto con Jesucristo, sufre o no una alucinación?.

Lo más recientes experimentos efectuados con plantas vivas en la Smithsonian Institution han venido a demostrar que unas pocas células de vegetales vivos, ricos en clorofila, pueden detectar emisiones electromagnéticas provenientes de remotas estrellas, que ningún otro instrumentos humano podría detectar. Esto si sólo hubiésemos contado con los conocimientos convencionales, habríamos tenido que concluir que ellas estaban sufriendo alucinaciones. Sólo un análisis inteligente y libre de prejuicios podía llevar a ese importantísimo descubrimiento científico.

 

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