No hace mucho tiempo, los hombres y las mujeres celebraban la muerte tanto como la vida. Cuando un niño nacía, se le vestía con un trajecito y se mostraba a la comunidad; cuando un anciano moría, se le vestía con su mejor traje y se mostraba a la comunidad. En su primera noche de muerto se le acompañaba para que no estuviera solo; también se acompañaba a sus familiares. «Te acompaño en el sentimiento», se decía a quienes lloraban la pérdida en los velatorios (que así se llamaban porque todos los que allí estaban velaban, es decir, permanecían despiertos, acompañándose). En esos velatorios, a veces las mujeres mayores, las viejas, contaban cuentos de risa, «consejas» se llamaban. De ahí la expresión «de la vieja la conseja», que no es un consejo como tanta gente cree, sino un «cuento»[3]. No hay que irse tan lejos en el tiempo ni en el espacio. Mi padre, que ha cumplido 88 años, nos cuenta con mucha gracia una experiencia suya relacionada con la muerte que tuvo cuando era niño en un pueblo de Jaén. Todo fue por unas entradas al cine que gané. Mi maestro normalmente no me metía en la rueda de preguntas para ganar las entradas, pero ese día yo sabía la respuesta a la pregunta que había hecho y estaba muy nervioso porque los demás niños decían provincias que no eran. Así que el maestro me dijo: –A ver tú que parece que tienes azogue y no paras. ¿Qué capital de provincias tiene más vocales «a»? –Guadalajara –le dije. –Muy bien –me dijo mi maestro. Y entonces me dio una entrada para el cine, no para ese día sino para el día siguiente que era domingo, ya que entonces íbamos al colegio los sábados por la mañana. Fui a casa de mi abuela materna, con la que viví pues mi mamá estuvo varios años en el hospital en Jaén donde estuvo ingresado mi papá hasta que murió, y le dije: –¡¡Madre, madre, que me he ganado una entrada para ir al cine!! –Y es que llamábamos madre a la abuela y mamá a nuestra madre. Y una vecina que estaba allí me dijo:
–Tu mamá está en casa de tu abuela Gabriela, que tu abuelo Felipe se ha muerto. Yo me fui a casa de mi abuelo Felipe y cuando llegué allí estaba ya mi abuelo paterno muerto y amortajado. Yo me acerqué a mi mamá y le dije: –Mamá, me he ganado una entrada para el cine para mañana. Y ella me dijo: –Dásela a tu primo José o a tu primo Antonio para que vayan pues tú no puedes ir porque mañana se entierra a tu abuelo, que está de cuerpo presente. Pero yo no se la di a nadie y al día siguiente en el velatorio antes del entierro yo iba, entraba, besaba a mi abuelo, miraba a mi mamá y ella movía la cabeza; sin hablar me decía que no. Y cuando decía que no a mí me daba pena y me ponía a llorar y salía corriendo. Estaba un rato en la calle, miraba al sol a ver cómo avanzaba la sombra. Cuando la sombra llegaba a la mitad de la calle había que irse al cine para llegar a tiempo porque sino llegabas tarde. Y venga una y otra vez, entraba a besar a mi abuelo, miraba a mi mamá a ver si me dejaba ir al cine, ella me decía que no con la cabeza y yo me echaba a llorar. ¡Y a mí me dio aquello una fama! Las señoras que estaban allí –porque se
acostumbraba a poner cosas de comer y beber–, decían: «¡Cómo quiere a su abuelo!» Y es que ningún primo ni nieto lloraba al abuelo. Y otras decían: «Claro, es que lleva su nombre»; «sí, pero hay otros tres primos Felipes y no lloran al abuelo». Y durante mucho tiempo las señoras decían: «¡Ay, que niño más bueno! ¡Ay que chiquillo, cómo quería a su abuelo!» Y me daban unos besos…
Pero con el paso del tiempo hemos ido dejando la muerte y todo lo relacionado con ella relegado al cajón de las cosas que nos dan miedo, que mejor no mirar ¡y menos aún hablar de ellas! Ha sido como un instinto de querer alejarla de nosotros, como si con ello hiciéramos un conjuro mágico que impidiera que se acercaran a nosotros. Sin embargo, ha sucedido que no sólo no las hemos podido alejar –claro dirás «eso es imposible»–, sino que, además, al perder la conciencia de la muerte, hemos olvidado lo necesaria que resulta y su relación con la vida. El miedo a la muerte nos ha hecho coger un gran miedo a la vida, y cuando tenemos miedo bien sabemos que andamos encogidos, inseguros, ansiosos… y todo ello nos dificulta vivir plenamente, vivir en paz y con satisfacción cada día, cada momento. He tenido la gran fortuna de vivir y trabajar en otros países, entre ellos Mauritania y Perú, y ver una relación diferente y en ocasiones mucho más directa con la Tierra, con la Naturaleza y con su proceso de vida-muerte-vida.
La muerte y el duelo a través de los cuentos Carmen Moreno Lorite