Pasar del hacer al ser

 

 

 

En la vida diaria creemos que “somos cuando hacemos”, pero si aceptamos detenernos y ver en profundidad, podemos descubrir la esencia, donde todo aquello que nos perturba se disuelve. Un regalo que es ofrecido por el momento presente. Dora Gil explica cómo sucede cuando accedemos a vivenciarlo.

Hace poco leía en un periódico que en España, luego de la crisis, las familias se vuelven a endeudar para consumir. Y pensé: “No hemos aprendido nada”. El consumo y el hacer en algún punto se vinculan desde el punto de vista que tú lo presentas. ¿De qué no nos damos cuenta?

Para mí, todo ello brota de la profunda sensación de carencia que experimentamos al vivir desde una consciencia limitada. Nos sentimos disminuidos al haber olvidado nuestra verdadera naturaleza espaciosa y habernos identificado con un “pequeño yo” necesitado. Por mucho que queramos aprender lecciones en base a lo sucedido, esta sensación de vacío pervive en nuestra inconsciencia y es la que determina nuestras acciones, en este caso el consumo desmedido. Necesitamos abordar la verdadera causa y observar desde la consciencia esos patrones que, si no son iluminados por ella, continúan condicionándonos por muy buenas intenciones que tengamos.

Es un pensamiento predominante como aquel de “tanto tienes, tanto vales”.

Sí, efectivamente. Para compensar esa sensación de carencia, nos embarcamos en un hacer que parece prometernos tener más cosas. Ya se trate de objetos, relaciones, poder, éxito… buscamos obtenerlos para sentirnos más válidos o ser más de lo que creemos ser. Es una de las raíces del hacer: poseer más para ser más. Al mismo tiempo, ese hacer está muy valorado en nuestro mundo: “Tanto haces, tanto vales”. A través de la acción tratamos de taponar o evitar el malestar que supone creernos carentes o necesitados. Y emprendemos una vorágine de actividades e iniciativas que, finalmente, nos dejan más desolados de lo que estábamos.

Haces referencia a una búsqueda no resuelta, irresponsable, de querer encontrar pareja, trabajo, cariño, fama, compensaciones en el mundo externo para colmar ese hueco interno. Y eso no funciona, es como ir detrás de la zanahoria.

Esa irresponsabilidad alude al hecho de buscar donde no hay y pedirle al mundo de la forma algo que no nos puede dar. Pedimos a las personas o situaciones aquello que nosotros mismos no nos estamos dando: amor, compañía, reconocimiento… Es un intento irresponsable, porque lo que busco ahí me corresponde encontrarlo en un lugar muy diferente, en mi propia vida.

Sin embargo, nadie nos ha enseñado a volver hacia dentro. Nos cuesta detenernos y encontrar el malestar que quizás sentimos. Es precisamente lo que eludimos, buscando tanto y haciendo innumerables cosas. La responsabilidad comenzaría por aprender a abrirnos a esos sentimientos que no nos gustan. Encontramos decepción, frustración, tristeza, vacío… ¿cómo abrazar esto, cómo asumirlo? Ahí empieza la aventura del cambio de perspectiva. Al darnos esta atención, ya no necesitamos buscarla en los demás, en el mundo. Al reconocer nuestra presencia, llenamos esos huecos y dejamos de necesitar tapaderas externas. Al sabernos esta consciencia viva, termina la búsqueda de reconocimiento.

Para evitar ese sufrimiento entramos en el juego del hacer, pero si no te detienes, alguien o algo lo hará por ti.

La vida es pura inteligencia y es la que orquesta todo. Así que, si no sale de ti, de alguna forma sucederá. Una enfermedad, una crisis, la pérdida de una persona amada… de alguna forma verás la necesidad de detenerte y mirar en profundidad.

Pero queremos estabilidad, seguridad, control, todo esto en un mundo que cambia permanentemente. Es paradójico buscar estabilidad en el cambio, y aun así insistimos. Ni siquiera es racional.

Es paradójico, sí. Sin embargo, podemos comprender ese anhelo, pues en el fondo intuimos y sabemos que nuestra naturaleza esencial es pura estabilidad, pura felicidad, pura paz. Al haberlo olvidado involucrándonos tan de lleno en el mundo externo, sólo se nos ocurre buscar esa estabilidad en las formas pasajeras que nos rodean. Ellas parecen prometérnosla, pero es pura ilusión ya que, por su propia naturaleza fenoménica, siempre están cambiando. La decepción está, por tanto, asegurada. Apenas empezamos a saborear una supuesta estabilidad se nos derrumba o, si no, la mente insatisfecha pronto pedirá más. Es una búsqueda que no tiene fin.

Una búsqueda que no tiene fin, ¿pero tiene solución?

Para mí, la solución está siempre aquí, disponible, en el instante presente. Accedemos a ella cuando aceptamos detenernos y mirar en profundidad, cambiar de perspectiva. Nuestra vida habitual, condicionada por un sistema de pensamiento egoico, transcurre, podríamos decir, como una diáspora horizontal, en búsqueda de algo que siempre está más allá: otra persona, otra situación, otros objetos, posesiones… Si aceptamos detenernos y abrirnos, descubrimos una nueva perspectiva, la de la consciencia que está siempre iluminando nuestro presente, como lo haría un foco de luz que irradia sobre esta escena de nuestra vida. Nos invita constantemente a soltar esa búsqueda hacia el futuro y a vivir la inmediatez de esto.

Hoy en día, sin embargo, abrirnos a lo que hay aquí es un acto de valor, pues nadie nos ha preparado para respirar aquí dentro. Nos cuesta asumir las sensaciones difíciles, reconocer nuestra decepción, nuestro cansancio por tanto esfuerzo, tantas heridas que esta búsqueda ha ido generando. Pero cuando finalmente nos atrevemos a dejar que todo eso sea, evolucione y se procese, descubrimos que hay una capacidad en nosotros de permitirlo, eso que llamamos consciencia. Se trata de nuestra esencia espaciosa, amplia y completamente permisiva, que no juzga nada de lo que nos está pasando, sino que lo incluye y lo abraza. Todas esas cosas que nos perturban se disuelven y son comprendidas. En esa comprensión nos sentimos más estables y notamos que algo nos sostiene aquí y ahora. Ya no necesitamos seguir buscando hacia adelante. Es el cambio de perspectiva al que está dedicado mi libro. Es el regalo que nos ofrece el momento presente, cuando aceptamos vivenciarlo.

¿Podemos incluir también el hecho de sintonizar la vida emocional?, ¿tener el coraje de sentir?

En este libro hay un extenso capítulo dedicado a las emociones. Necesitamos aprender a sentir, asumir todo ese cúmulo de sensaciones que no nos gustan nada, que se derivan en una forma de pensar disfuncional con la que nos hemos identificado. Nadie nos enseñó a aceptar y comprender esa intensidad emocional. Más bien aprendimos a rechazar, a esconder, a tapar lo que sentimos. Eso pesa y nos mantiene en un estado de contención que nos aleja del presente. Mi libro es una invitación a permitirnos sentir, a dejarnos atravesar por esas tormentas que tanto nos asustan y a darnos cuenta de que en realidad son solo eso, sensaciones que no aprendimos a admitir en nuestro campo de consciencia, fenómenos completamente naturales, que no nos definen sino que son expresiones de la vida, como lo son las olas en el mar o las nubes en el cielo. Suceden, simplemente… El océano no se pelea con sus olas y tampoco el cielo con sus nubes, las dejan existir. El permitirnos atravesar por nuestras tormentas emocionales nos lleva a reconocer nuestra amplitud, nuestra inmensidad como consciencia, el ser ilimitado que somos.

Hay un enorme escenario de las emociones que lo tenemos olvidado, nuestro propio cuerpo, que tú llamas el gran ignorado, a pesar de creernos que lo cuidamos con dieta, ejercicio, etcétera.

En nuestra cultura nos enfocamos mucho en la forma del cuerpo. Nos identificamos con él, cuidamos su apariencia y queremos que sea aceptado o admirado. Pero no hemos aprendido a sentirlo desde dentro, a observar ese paisaje interno que, a veces, es pura desolación. Cuando empecé a abrirme a mi sentir en el cuerpo experimentaba espacios de desgarro, dolor, heridas… y no entendía nada. Me dejaba sentir y me asombraba de todo lo que iba apareciendo. Me daba cuenta de cómo había tratado de ignorar o tapar de cualquier modo esas sensaciones, tomando algo, haciendo algo, pensando mucho… Poco a poco fui comprendiendo que lo que sentía era la forma en que mi vida me estaba pidiendo atención, era su grito de dolor: “¡Atiéndeme, por favor!”. Como cuando un niño llora: a veces, si no grita, la madre no lo escucha. Considerar mis sensaciones difíciles como una petición de amor y de atención, me situó en una perspectiva mucho más amable, me permitió sentirlas y respirarlas. La respiración es, para mí, como la madre acompañante del dolor. Con una respiración que penetra profundamente, que ahonde y ablande, todo se hace mucho más ligero, más liviano.

La luz disuelve la oscuridad, el dolor se va sanando, y te vas sintiendo en paz porque te das cuenta de que eso no es algo amenazante, sino que son tus queridos hijos internos que piden tu presencia.

¿Cómo es la diferencia que tú haces entre pensamientos positivos y pensamientos reales? Recientemente acaba de fallecer Louise Hay, una referente del pensamiento positivo, y me gustaría que lo aclararas.

Me sentí inspirada en una época por Louise Hay y aprendí mucho de ella. Sin embargo, llegó un momento en que me di cuenta de que había algo más que comprender en este tema. El pensamiento positivo, a veces, no nace de dentro sino que se superpone a nuestros estados dolorosos que tratamos de evitar usando esas frases y afirmaciones. Por ejemplo, siento una frustración momentánea y puedo decirme “estoy en paz”, pero si no he pasado por una fase fundamental que es sentir lo que estoy sintiendo, en este caso frustración, utilizar el pensamiento positivo es como tomar una pequeña droga que intenta tapar el malestar presente. Necesito asumir en primer lugar que, en verdad, ahora estoy sintiendo frustración, y eso es lo más real y honesto que puedo decir en este momento.

Admitirlo me lleva a sentirlo conscientemente. Todo este proceso, real y necesario, me lo pierdo si superpongo a mi frustración un pensamiento positivo. Al evitar así mi sentir, me pierdo también la comprensión de que mi frustración es el efecto de un pensamiento no alineado con la verdad, quizás una expectativa que estoy sosteniendo. Y esta responsabilidad es necesaria. Al final de todo ese proceso puedo llegar a decir con total coherencia “me amo profundamente”. Ya no se trata de un pensamiento positivo, sino real, pues ya he contactado con ese amor, real en mí, al haberme atendido profundamente. El pensamiento positivo requiere un proceso intermedio que tendemos a pasar por alto.

Dices que la creatividad, la abundancia y un sinfín de cualidades o potencial interno solo pueden surgir del Ser, exactamente lo contrario de como la sociedad nos entrena mediante el hacer. ¿Cómo cambiamos el chip?

Yo también he pasado mucho tiempo como buscadora de esas cosas en el mundo del hacer. ¿Qué me hizo ir a buscar dentro? Hacerme una pregunta: en realidad, ¿qué estoy buscando a través de esa situación, ese éxito, esa relación, esa abundancia? En el fondo, ¿qué obtendría si lo consiguiera? Y me di cuenta de que no eran esas cosas lo que buscaba sino el estado que creía que ellas me proporcionarían. Por ejemplo, al conseguir éxito con una actividad quizás esperaba sentir un estado de conexión conmigo misma, de amor por mí. Entonces me planteé: “En vez de buscar con tanto esfuerzo ahí fuera, ¿no sería mucho más fácil y directo encontrar en mí ese estado, sin necesidad de que se cumpla ninguna condición?”

Al empezar a atenderme así, a amarme, a llenar mis carencias con mi presencia, empecé a notar que eso que yo estaba buscando con tanto esfuerzo ahí fuera, ya estaba aquí. Podía sentirme completa, llena, serena o feliz espontáneamente. Muchas cosas por las que luchaba con esfuerzo como realización, abundancia, salud… comenzaban a venir a mí de una forma sorprendentemente fácil. Así fui constatando que es un ahorro gigante de energía volver a casa (mi hogar interior) y empezar a darme eso que estaba buscando que las cosas me dieran. Sigo comprobando cada día que el mundo externo se organiza fácilmente en torno a mi propio corazón, mi propio Ser.

Has explicado el camino inverso, del Ser al hacer.

Ese es el último capítulo de mi libro. Al reconocer nuestra naturaleza profunda, empezamos a frecuentarla, sentirla y amarla. De ahí surge una enorme creatividad. Muchos temen ir hacia dentro porque lo relacionan con la pasividad, un estado de aislamiento en el que se pierde el interés por la vida. Mi experiencia me muestra todo lo contrario: más consciencia dedico a mi mundo interior, más energía surge para la expresión, más creatividad siento. Pero ya no es un hacer compulsivo. Es verdad que es intenso, pero se desarrolla de forma muy natural, espontánea. No requiere esfuerzo o inversiones gigantes de energía, las oportunidades aparecen con fluidez y si no sucede lo que espero, tampoco pasa nada, ya estoy disfrutando mucho del proceso.

No es lo mismo tener sueños que expectativas. Los sueños inspiran y las expectativas dependen del resultado y generan ansiedad.

Eso que llamas sueños son, para mí, los impulsos creativos de la vida que quiere vivirse a través nuestro. Independientemente de su realización, se viven con entusiasmo y alegría. No son deseos personales que buscan tapar las carencias de un pequeño yo. Estos generan ansiedad y decepción si no se realizan sus expectativas.

Lo que podríamos hacer entonces es confiar en la vida.

¿En qué otra cosa si no podríamos confiar? ¡Cuánta confianza hemos puesto en tantas cosas que nos han defraudado! Sin embargo, lo que alienta a todas esas cosas es la vida que nos alienta a todos. Pero a casi nadie se le ocurre confiar en ella. Cuando confiamos en la vida que nos sustenta, sentimos que podemos descansar.

 

Fuente: Revista Tú Mismo, Junio 2018 nodualidad.info

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