Aceptación de las pérdidas
La primera tarea del duelo es afrontar la realidad, que la persona querida está muerta, que no está y que no volverá. Frente a la muerte de un ser querido hay siempre en un primer momento una cierta sensación de que no es verdad, un “no puede ser”. Se trata de un mecanismo de defensa que aparece en el psiquismo como intento de negar la realidad dolorosa de esa pérdida. Puede encontrarse a la persona llamando por teléfono o en voz alta al que no está, o caminar por la calle y creer haberlo visto. Esta negación es variable y, según las personas, se puede manifestar en diversos grados: desde conductas extremas como momificar un cuerpo, hasta dejar intacto el cuarto o el placard del fallecido por mucho tiempo, dejando así preparadas sus ropas para cuando vuelva, o seguir poniendo su plato en la mesa de todos los días, etc. Es interesante conocer que, en forma conciente, estas personas pueden saber y decir que el muerto no va a volver, pero guardan en su inconciente la fantasía de que habrá un retorno. Otro modo de negar la realidad es quitando el significado de esa pérdida por ejemplo “no me importa, yo no lo quería mucho”, “no era una buena madre”, “me daba mucho trabajo, es un alivio”. En el extremo contrario, otros quieren terminar con todo cuanto antes y rápidamente se deshacen de todas las pertenencias de modo de no recordar a la persona. Como dijimos, llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo, y no es sólo una aceptación intelectual sino también emocional. Muchos de estos intentos de negar el dolor de la muerte están dentro de lo esperable como modelo normal de atravesar el primer momento del proceso de duelo, que llevará al duelante a ir aceptando la realidad dolorosa.
Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida
No todas las personas sienten con la misma intensidad ni del mismo modo el dolor, pero si uno ha estado muy cercano a la persona fallecida es imposible que no sienta algún tipo de dolor, lo que conducirá a que intente negarlo muchas veces y de diferentes modos. A veces se busca el aturdimiento buscando distracciones (salidas, fiestas, alcohol, drogas, respuestas eufóricas, etc.). A propósito de este punto John Bowlby dice: “…antes o después, aquellos que evitan todo duelo conciente, sufren un colapso, habitualmente con alguna forma de depresión…” (Bowlby1980).
Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente
Es importante saber qué función cumplía la persona perdida para el sobreviviente. Perder una persona puede implicar muchos cambios en la vida de alguien. Por ejemplo, un marido que estaba viviendo en pareja deberá aprender a vivir sólo y a adoptar roles que antes desempeñaba su esposa. Sin embargo, los cambios no sólo incluyen a la vida familiar, sino también pueden implicar pérdidas económicas y/o sociales. En general, hasta que no ha pasado un tiempo de la pérdida no se es conciente del rol que cumplía el fallecido, volviéndose difícil adaptarse a su falta en el sentido de que él o los sobrevivientes aprendan a hacerse cargo de las funciones del que no está más. En las parejas muchas veces no se es conciente de los mecanismos de sostén que existen entre ambos y frente a la pérdida, se sufre no sólo la falta de la persona amada sino también la falta de esa función. Muchas veces no es fácil afrontar esta nueva situación ya que, además del dolor natural, implica cuestionarse el propio psiquismo asumiendo que uno es menos autónomo que lo que pensaba. En cambio, en otras circunstancias y abordando el problema con una mirada optimista, puede abrirse la posibilidad de encontrarse con capacidades propias que antes se atribuían al otro. Detenerse en esta tarea de no adaptarse al medio lleva a la persona a fomentar su propia impotencia, no intentando desarrollar habilidades necesarias o aislándose del mundo y no asumiendo las exigencias del medio. En un duelo normal, luego del período inicial de aturdimiento, se intenta y asume el desafío de seguir adelante, redefiniendo nuevas posiciones.
Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo
El recuerdo de la persona fallecida siempre puede aparecer. No se olvida y, en general, no se rechaza recordarlo. Sin embargo, con el tiempo ya no se necesita rememorarlo con una intensidad exagerada. Si luego de pasar cierto tiempo (a veces muchos años) nos encontramos con alguien que al evocar a la persona muerta o al momento de la pérdida lo hace con una reacción afectiva altamente intensa (llanto, angustia) tenemos derecho a pensar que algo está obstaculizado en ese proceso. Freud dijo: “…el duelo supone una tarea psíquica bastante precisa que hay que realizar, su función es desvincular las esperanzas y los recuerdos del muerto…” (1913). En el sujeto hay una energía (libido) que en los primeros momentos del duelo “carga” o “inviste” la representación mental de la persona fallecida. Los recuerdos y expectativas ligados a él son
“sobreinvestidos”, están muy cargados de afecto y de sentimientos. De a poco y paso a paso se va retirando dicha energía y ésta vuelve a la persona en duelo. Afortunadamente la realidad ordena las cosas y va mostrando que la persona fallecida ya no está, lo que permite ir recuperando esta energía y dejando más libre a la persona para poder relacionarse y vincularse con otras cosas del mundo (ej. actividades en general, otras personas, nuevos proyectos). La tarea que el médico puede ayudar a lograr, no es que se olvide al fallecido renunciando a su recuerdo, sino encontrar un lugar adecuado para él en su vida emocional y seguir viviendo.
¿Cuándo llega a su fin el proceso de duelo?
Es imposible establecer una fecha exacta para terminar un proceso de duelo, ya que se trata de un proceso absolutamente personal que dependerá de cada uno. Sin embargo podemos decir que es poco probable que sea antes del año, y que algunas personas requerirán dos. No solo dependerá de algunas características personales del duelante como la personalidad previa, su historia de vida, el modo que ha transitado sus duelos anteriores, su momento vital (superposición con otras crisis vitales como jubilación, nido vacío, etc.); sino también de su relación y de su proximidad con el que ha muerto. No es lo mismo perder a un cónyuge, a un amigo o a un hijo, siendo este último duelo generalmente más prolongado y difícil. Sabemos que un punto de referencia de un duelo elaborado es cuando la persona, es capaz de pensar y hablar del fallecido sin un intenso dolor. Siempre puede haber una sensación de tristeza cuando se quiso a alguien y se lo ha perdido; pero es esperable que con el transcurrir del tiempo esta no tenga la calidad ni la intensidad tan marcada de los primeros momentos. Se puede hablar de lo que se siente con menores manifestaciones (ej. llanto o angustia). El duelo es un proceso de largo plazo y el estado al que se llega no será nunca el mismo que antes, no es un proceso lineal. La persona no será la misma y su psiquismo tampoco luego del duelo. Si bien habrá días o momentos en los que se puede volver a estados anteriores, ello no implica, necesariamente, que el duelo no esté siguiendo su curso. Es habitual estar más sensible cerca de los aniversarios, aún cuando a veces no se recuerde la fecha concientemente. Hay otros indicadores que van dando cuenta de la elaboración de un duelo y que pueden encontrarse en el discurso del paciente (si habla o no en presente de la persona ausente); en las conductas (si mantiene o no intacto sus objetos o su cuarto, la frecuencia de sus visitas al cementerio); en los sueños.
Ejemplo: una joven viuda que promediando el año de la muerte de su marido sueña que el le pedía la separación matrimonial , sintiendo ella que la dejaba libre y autorizándola a aceptar una invitación que había recibido de un compañero de trabajo (en la realidad) para ir al cine.
Otro indicador que puede verse, es cómo las personas responden a las condolencias verbales. Por ejemplo, la aceptación agradecida de un “pésame” puede ser un signo que la persona está transitando satisfactoriamente el proceso.
El duelo va llegando a su fin cuando el duelante recupera el interés por la vida y cuando puede vivir placenteramente diferentes situaciones; cuando logra adaptarse a nuevos roles que antes desempeñaba la persona ausente; cuando la persona puede volver a invertir sus emociones en la vida y en las personas vivas, cuando recupera su capacidad de disfrutar, de desear y de amar.
Manifestaciones Frecuentes
– Tristeza Los pacientes generalmente pueden hablar sobre este sentimiento. En ocasiones refieren no tener ganas de nada y que extrañan al fallecido.
– Enojo Este sentimiento suele ser desconcertante, se siente la situación como un abandono, aún cuando desde lo racional se sepa que el otro no quiso morirse. Siempre, frente a una pérdida importante se establece un movimiento “regresivo” que lleva al sujeto a tener una sensación de desamparo. A veces el enojo es con uno mismo, por no haber podido salvarlo, mezclado con un sentimiento de impotencia.
– Culpa y autorreproche Generalmente el autorreproche se centrará en no haber actuado de tal o cual manera para evitar la muerte o en haber tenido sentimientos ambivalentes con la persona en vida. Puede también la culpa estar en relación a estar uno vivo, a sobrevivir al otro.
Ejemplo:
Un adolescente de 16 años que se reprochaba haber tenido, según sus palabras, una mala relación con su mamá durante un período y pensaba que quizás se había enfermado por las discusiones que habían tenido.
– Ansiedad La ansiedad puede variar desde una ligera sensación de inseguridad hasta ataques de pánico. Puede provenir de dos fuentes: de un sentimiento de seguridad (“no puedo vivir sin él”); o de una mayor conciencia de su propia muerte.
– Soledad Es habitual oír a la persona en duelo decir que se siente sola, aún estando con gente.
– Fatiga Además de la esperable falta de energía, la sensación de fatiga se puede manifestar como apatía o indiferencia.
– Emancipación El sentimiento de emancipación aparece en algunas ocasiones en que la persona duelante se sentía sometida.
– Alivio La sensación de alivio ocurre en general cuando la persona fallecida cursó una larga enfermedad con mucho requerimiento de atención (en tiempo y/o en intensidad) y sufrimiento para los cuidadores (“crisis del cuidador”) (William Worden). Suele estar acompañada de una sensación de culpa.
– Insensibilidad Durante los primeros momentos del duelo, la insensibilidad puede funcionar como modo de protegerse frente al dolor (período de negación).
– Sensación de despersonalización El paciente en duelo puede sentir que no se siente la misma persona de siempre (“no soy yo”).
Puede haber también síntomas somáticos como vacío en el estómago, opresión en el pecho o en la garganta, hipersensibilidad al ruido, falta de aire, debilidad muscular, falta de energía, sequedad de boca, etc. En los primeros momentos de un duelo normal pueden aparecer, además, trastornos del sueño que a veces requieren medicación; trastornos alimentarios (lo más frecuente es la inapetencia pero también puede existir hiperfagia); falta de concentración; suspiros, hiperactividad, llanto frecuente, tendencia a visitar lugares que eran frecuentados con el fallecido o a llevar consigo objetos que le pertenecían, etc. En cuanto a lo cognitivo, puede haber en un primer momento y como experiencias ilusorias y pasajeras, alucinaciones visuales y auditivas.
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